Érase una vez un príncipe llamado Carlos que estaba enamorado y quería casarse con una princesa llamada Bella de un reino vecino, la cual era muy bella y muy buena pero no podía conquistarla hasta no hablar con su padre, el rey.
Este reino vecino era muy hermoso y se llamaba Eslovaquia; su rey, y padre de la princesa Bella, gobernaba esta ciudad y era un hombre muy serio, astuto e inteligente que quería lo mejor para su hija, ya que esta estaba triste y echaba de menos a su madre, la cual había muerto hacía unos meses.
Un día, el príncipe Carlos, fue a Eslovaquia para hablar de sus sentimientos con el padre de Bella y, pedirle también que pudiera verla de manera más frecuente; pero el padre se negaba, no quería, se oponía siempre.
al cabo de un tiempo, el príncipe volvió al reino vecino para hablar con el padre de la princesa, y volvió a ocurrir lo mismo, se oponía a que el príncipe se casara con su hija. Hasta que un día, el rey le dijo al príncipe: "sólo podrás casarte con ella si me ayudas a conseguir que se divierta y esté feliz contigo durante una semana, si lo consigues podrás casarte con ella".
La princesa Bella salió de paseo con el príncipe, llevándola al campo, a comer helado junto a un porche,... al pasar una semana, la princesa habló con su padre, el rey, y le dijo: " he sido muy feliz con el príncipe y cada día que he pasado con él me divertido más". El padre, tras escuchar las palabras de su hija, se emocionó, y mandó llamar al príncipe, el cual acudió contento y desesperado por saber su respuesta, fue entonces cuando el rey le dijo: "Podrás casarte con mi hija, gracias por haberla hecho feliz durante estos días".
Finalmente, el príncipe y la princesa se casaron; y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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